La Furia de los Elementos

Este es mi microrrelato en participación del "Reto juevero" de esta semana, 

que tiene como tema los Cuatro Elementos, y

que, en esta ocasión, tiene a Marifelita como anfitriona.

Es el primer reto del que formo parte, y lo he hecho con mucha ilusión. 

El paso del tiempo infunde mucho temor… Cada día, y cada año que pasa, el mundo está más enfermo. Cada paso del hombre hacia delante condena más a esta hermosa tierra, y a quiénes somos conscientes de ello, nos aflige enormemente.

Antes había equilibrio entre los elementos, en la naturaleza y en el transcurso de la vida en sí misma. Hoy este planeta está devastado, sumido en una constante desgracia. Al principio, eran los humanos quiénes lo destrozaban todo. Ellos talaban la fauna, secaban los ríos, contaminaban el aire, y quemaban por sí solos todo aquello que consideraban un obstáculo para sus egoístas objetivos... pero, en este día, la destrucción proviene de la mano severa del mundo, que parece tener como propósito exterminar a nuestra raza, o, como poco, expulsarla de aquí.

Habéis visto u oído, pequeños niños, cómo de los ríos y mares se desbordaba el agua en un ataque de ira, destruyendo casas y quitándole la vida a muchas gentes. Sois conocedores, de que los fuertes vientos no os permiten jugar ya en las calles, pues en lugar de su antiguo cantar, podéis escucharlos gritar, enfadados, al golpear los muros creados por el hombre. La tierra, por su lado, a menudo la sentís temblar con gran agresividad, intentando destronar nuestras altas torres. O el fuego, que muchos teméis, arde con más cólera cada día, y se extiende por las ciudades sin dar tregua ni tener piedad. Este ataque, en verdad, es nuestra culpa. Es nuestro castigo. Nosotros obligamos a este bello lugar a hacernos desaparecer sin miramientos.

Hoy estáis aquí, jóvenes e inexpertos, viviendo en un mundo lleno de escombros, y sin color ni paz. Me apena profundamente, que jamás podréis ver al viento soplar susurrando cantos de alegría, a la tierra fértil dejar crecer variadas y perfumadas flores, y al agua correr con ligereza cristalina entre los surcos de un bosque verde... o quizá ver, en una noche estrellada como esta, un modesto fuego que entre sus llamas nos vislumbre historias pasadas, sentados humildemente en una cálida hoguera.

Desgraciadamente, ya solo nos queda esta decadencia.