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¡Ponte al Día!

La caja metálica

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Me sumo un poco tarde a la convocatoria de este jueves. Desde el blog El Demiurgo de Hurlingham , se nos propone un reto entorno a una caja misteriosa...  Me abrumó cruzar el viejo portón de la casa de mis padres después de tantos años. Pero, con su ausencia, no hubo más remedio que vaciarla. Con la ayuda de unos compañeros, aquellos muebles teñidos de recuerdos fueron abandonando el lugar, hasta dejar la estancia en completa soledad. Como un favor personal, les pedí a los demás que me dejaran a solas en el desgastado desván. El aire irrespirable por la escasa ventilación, me acompañaba.  Con algo de dificultad, comencé a moverme por las abultadas tablas del suelo de madera, procurando que las ruedas de mi silla no tropezaran con ningún objeto.  No lo recordaba tan desordenado. Años atrás, había un espacio para la mecedora de mi madre junto a su mesita de café, o el estante donde mi padre solía dejar su radio cassette y su colección de tebeos. De pequeño, tenía un modesto rincón para m

Libertad

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Este jueves debuta Mari como anfitriona,  y nos propone un reto sobre l as piezas de un juego de ajedrez.  Hileras incontables de cuadrados negros y blancos se extienden frente a mí como si un laberinto me tuviera cautivo. Día y noche, sin vislumbrar otra cosa que un tablero de piedra pulida, junto a esas figuras de mármol enfrentándose unas a otras en una batalla infinita. No hay treguas, ni descanso, solo piezas que caen derribadas por otras del color opuesto. No puedo soportarlo más. Me han robado mi libertad, obligándome a permanecer en este juego sinsentido, condenado a un único movimiento de “L” ¿Dónde quedó aquella pradera verde? ¿Dónde están esas llanuras sobre las que antes podía cabalgar? ¿Dónde está mi libertad? Un movimiento de la torre blanca amenaza con despojar al alfil negro de su privilegiada posición. Sin embargo, en su lugar, la reina avanza una larga distancia en diagonal, poniendo al rey negro en jaque. Es mi turno. No hay otra figura de mi color que pueda interc

Abismo

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Una profunda respiración se convierte en un intento  fallido de calmar su pulso. Inspira. Expira. Pero no, no lo consigue. Por más que trata de lograrlo es incapaz de frenar ese latido apresurado.  El frío y húmedo ambiente nocturno empiezan a calar en su garganta, y un vaho blanco se dibuja en el aire con cada aliento. Siente sus manos entumecidas, agarradas a la helada barandilla del puente colgante. Él no pretendía llegar tan lejos, pero siente que no puede más, que ya no hay nada que pueda hacer. Sus ojos están cerrados, consciente de la altura bajo sus pies. Siempre tuvo miedo a los lugares altos, hasta tal punto que enfrentar el balcón de un tercer piso ya era demasiado… Pero, aquí está, en el borde de una baranda a, al menos, cincuenta metros a distancia del agua. Sabe que allí abajo le espera un dolor equivalente a mil cuchillos de hielo, pero eso ya no importa, porque la decisión ya está tomada. Ha visto cientos de veces esta escena en su cabeza. Se ha visto cayendo al vacío,

La pizarra

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Neogeminis nos presenta esta semana un  reto l a mar de curioso. Escribimos sobre  las incomodidades ,  tema que he querido abordar  como  veréis a continuación. No, no, no... Otra vez no. ¿Por qué estas cosas siempre me tienen que pasar a mí? ¿Es que no hay más alumnos en la clase, o qué? No soporto ser el centro de atención. Siento los ojos de los demás chavales atravesarme por la nuca, mientras que los que están sentados delante de mí se han girado para quedarse pasmados mirándome. -      Lucas, ¿acaso no me has escuchado? - Replica el profesor de Lengua y Literatura, sentado en su gran escritorio. - Vamos, sal a la pizarra y continua la lectura. Trago saliva. Casi siento deslizarse por mi frente una gota de sudor. No puedo salir ahí... Con lo mal que se me da leer, se van a reír todos, como siempre. Miro al maestro con una notable incomodidad, pero él me observa con impaciencia. Como no me mueva del sitio, me amonestará seguro. O peor aún, llamará a mis padres. Esto no puede termi

Fonofobia

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  Esta es mi aportación para el reto de los jueves,  esta vez, propuesto por Nuria .  Tenemos que enfocar nuestro relato en el miedo, aunque yo traté de darle un poco de humor. Un gran estruendo interrumpe repentinamente la paz del salón. Se trata de un ruido muy fuerte que viene de fuera del edificio. Me sobresalto, ¿Qué narices es eso? Y, en ese momento… ¡¡Puuum!! Suena como si algo enormérrimo hubiera caído al suelo, e instintivamente, me levanto del sofá de un salto. Esos sonidos son tan fuertes que entro en pánico enseguida. - ¡Ay, dios! ¡AY, DIOS! - Digo prácticamente hiperventilando- ¡Nos bombardean, Karen! ¡Nos atacan! Karen permanece tranquila echada en el sofá, sin hacer un solo movimiento. Estamos en peligro y ella, ahí, tan pancha. Yo, sin embargo, empiezo a ponerme muy nervioso y a dar vueltas por todos lados. Los golpes son cada vez más sonoros y parecen acercarse a nosotros. Necesito hacerla reaccionar de alguna manera o no saldremos de aquí con vida. - Levántate, Karen,

Ausencia

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¿Alguna vez te has preguntado qué pasaría si desaparecieras? Cuánto tiempo tardarían en darse cuenta de que ya no estás, o incluso, si alguien se preocuparía realmente por tu ausencia. Lo lógico a pensar es que, si algo nos pasara, normalmente hay gente que notaría que algo va mal, ¿no? Pero la realidad de muchos es que las personas que deberían preocuparse en esas situaciones ni siquiera se darían cuenta de que ocurre algo. Es curioso, y, de hecho, suena fuerte dicho así. ¿Cómo no se va a dar cuenta tu familia de que te ha pasado algo? No nos cabe en la cabeza tal cosa, porque tenemos interiorizado que la familia siempre cuida a sus integrantes y se preocupa por ellos. Pero, esa no es la verdad absoluta, por más que a algunos les duela admitirlo. Llevo un tiempo pensando en esta reflexión, y hace poco pensé en escribirla. Surgió la idea después de una charla que tuve con unos amigos hace tiempo. Comentábamos, que, para alguno de ellos, nuestro grupo se daría cuenta rápidamente de su

Susurros Verdes

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 Que agradable sensación… Hoy me pregunto cómo es posible que hace unas semanas me rehusara a salir de la gran ciudad para venir aquí. Pensé que sería aburrido y monótono estar en el campo, y que el mismo día de llegar ya estaría deseando marcharme.  Nunca imaginé que pudiera disfrutar tanto de una mañana de primavera, sin preocuparme de estar acompañada por otra persona o conmigo misma. Por primera vez, me había dado cuenta de lo realmente estresante que es vivir entre grandes edificios, rodeada de asfaltos, escuchando resonar el barullo de los coches y de las sirenas, que se desplazan de un lado a otro sin descanso... No sabría decir cuánto tiempo hacía que en mi cabeza no había un solo segundo de silencio.  Por una vez, me encontré echada en una dulce alfombra de hierba alta, sintiendo esa paz de la que tanto me habían hablado las gentes de aquí. Pude sentir sobre mi piel esa brisa agitando con suavidad los árboles a mi alrededor. El viento era su voz, y ell