Abismo


Una profunda respiración se convierte en un intento 
fallido de calmar su pulso. Inspira. Expira. Pero no, no lo consigue. Por más que trata de lograrlo es incapaz de frenar ese latido apresurado. 
El frío y húmedo ambiente nocturno empiezan a calar en su garganta, y un vaho blanco se dibuja en el aire con cada aliento. Siente sus manos entumecidas, agarradas a la helada barandilla del puente colgante. Él no pretendía llegar tan lejos, pero siente que no puede más, que ya no hay nada que pueda hacer.

Sus ojos están cerrados, consciente de la altura bajo sus pies. Siempre tuvo miedo a los lugares altos, hasta tal punto que enfrentar el balcón de un tercer piso ya era demasiado… Pero, aquí está, en el borde de una baranda a, al menos, cincuenta metros a distancia del agua. Sabe que allí abajo le espera un dolor equivalente a mil cuchillos de hielo, pero eso ya no importa, porque la decisión ya está tomada.

Ha visto cientos de veces esta escena en su cabeza. Se ha visto cayendo al vacío, recordando, cómo en las películas, cada instante de su vida hasta el final, hasta ese momento en que todo se vuelva negro. Se ha imaginado sintiendo esa sensación de alivio por fin, una vez ya no haya ninguna carga sobre su espalda. La misma pregunta le aborda cada día. “¿Sufriré cuando se hunda mi cuerpo en lo profundo del agua?”

Sin embrago, una incesante tensión crece a cada instante en su interior, y ese pulso acelerado le hace temblar de pies a cabeza. “Maldita sea... ¿por qué estoy tan nervioso?”  Trata de respirar hondo de nuevo, pero no consigue tranquilizarse. El paso más difícil ya lo ha dado, así que, se pregunta porqué duda ahora, si solamente un simple movimiento lo separa de su objetivo final. Escribir esa carta a su madre fue la peor parte, había que ser sincero y explicarle sus motivos de modo que ella pudiera entenderlo. Escribirlo con las palabras adecuadas tal vez podría evitar que pudiera sentirse culpable cuando ya no estuviera. Él no quiere que sufra, pero necesita liberarse. Necesita escapar de la tortura en que se ha convertido su vida.

Entonces, en aquel papel lleno de tachones, intentó explicar a la única persona que ha estado siempre a su lado cuáles eran sus verdaderas razones. Le explicó que el motivo por el que todos los días llegaba tarde a sus clases era, únicamente, porque si llegaba a la vez que el resto de los compañeros era arrinconado, golpeado, e insultado... Qué sus faltas a la escuela se debían a esas burlas y ataques de los otros chavales en los descansos o a la salida. Que, a pesar del apoyo que siempre recibió de ella, cada noche al acostarse deseaba no volver a despertar y que no llegara para él un nuevo día. Y que, cada mañana al mirase al espejo, sentía un rechazo tan grande que no podía respirar. La ansiedad le reconcomía, y los ataques de pánico ya eran diarios. Las pesadillas, el sudor frío en la nuca, la rabia acumulada y toda esa frustración... A veces se pregunta cuándo empezó todo, porque, en realidad, no es capaz de recordarlo. Y, simplemente, un día la presión terminó con la poca cordura que le quedaba.

Hubo un momento, en que las lágrimas dejaron de salir, y empezaron a llegar los cortes en el brazo. Toda esa ira tenía que salir por alguna parte, y si no eran las marcas del cuchillo, eran las quemaduras, y, sino, los golpes a aquella pared de hormigón. Lo único que podía hacer era esconder sus cicatrices y sonreír, ya que ver la reacción de su madre lo destrozaría. Antes que verla a ella llorar era mil veces mejor aparentar alegría y demostrar felicidad. Podía ser difícil, es verdad, pero valía la pena hacerlo con tal de verla contenta y despreocupada. Se siente listo para decir adiós, pero sabe perfectamente que una madre jamás estará lista para despedir a un hijo, y ese se ha convertido en su mayor temor. Sabe que esta decisión causará mucho daño, uno irreparable, pero al mismo tiempo no se ve capaz de continuar.

Recuerda con mucha claridad, ahora al borde del abismo, los mejores momentos de su infancia. Pensar en esa inocencia que lo acompañaba, le hace quebrar por un momento. Nunca será capaz de entender el porqué de tanta crueldad, ni esa necesidad de pasar por encima de alguien... Recuerda esos momentos en que su risa era real, a carcajadas, incluso. Esos momentos en que no necesitaba fingir, ni llevar una careta frente a los demás. Aquellas tardes de helado y películas Western, esa enorme colección de monedas antiguas, y las merendolas en el parque fluvial en primavera. La receta secreta de las galletas de la abuela, que su madre siempre le preparaba, o, las ocasionales visitas al aeropuerto, al que de cuando en cuando iban para ver esos reencuentros entre familia que hace mucho no se ve o de un par de enamorados que por fin se pueden encontrar.

Aprieta su mandíbula, reprimiendo su primer impulso de llorar en años de sequía. Se siente egoísta al irse de esta manera. Siente que le está robando la oportunidad a su madre de recibir un último abrazo, un último te quiero. Que está quitándole la oportunidad de verlo vivir toda una vida y acompañarlo en el proceso. Pero ¿Qué puede hacer? Si cada día para él es todo un suplicio.

Antes, tal vez existía una manera, pero el vaso a rebosado ya, y el agua no deja de desbordarse. Quizás hace unos meses hubiera bastado con cambiar de instituto, de barrio o de cuidad. Pero, cuando el acoso llega a la red ya no hay escapatoria. Da igual lo que haga, a un menor no se le puede tocar por más acosador que pueda llegar a ser, porque así lo dicta la ley. Así que, siempre habrá un perfil nuevo que le persiga, más rumores inciertos que lo dejen aislado de cualquier nuevo círculo al que trate de acercarse, tal vez un nuevo anónimo con amenazas hacia él... O un video colgado en internet mostrando cualquiera de las incontables humillaciones que le han obligado a hacer. "¿Cómo se puede vivir así? ¿Cómo puedo huir de una sombra que está en todo momento sobre mí?"

Lo único que le queda por hacer ya es ese simple gesto, y, cuando se suelte, todo habrá acabado. Solamente quedará su cuerpo inerte sumergiéndose en la oscuridad, en un frío eterno que lo dejará dormido. 
Una última bocanada de aire le da fuerzas para abrir por fin sus ojos. Todavía no mira hacia abajo, quiere ver esa luna plena que lo acompaña en esta gélida noche. "Qué bonita es", piensa, habiéndose liberado ya de toda esa tensión que sentía.

-             Espero que algún día puedas perdonarme. - Dice, recitando en voz alta el último fragmento de su carta, que tantas veces se había repetido para sí. - No olvides nunca cuánto te quiero... Tú nunca me fallaste, así que, por favor, no te sientas culpable. - Su voz se rompe por un momento, pero continua. - No podrías haberme dado una mejor vida de la que he tenido. Aunque hoy te diga adiós, siempre me vas a tener a tu lado. Gracias.

 Una suave llovizna empieza a deslizarse por el aire. De repente, parece que sus hombros, sus brazos, sus piernas se sienten como una pluma. Una sensación de ligereza le da la señal que esperaba recibir, ya toca abrir sus alas y volar. Sus manos se desprenden del frío acero, y su cuerpo desciende en caída libre, hasta llegar al muro de agua que esperaba su llegada. Su consciencia se pierde en cuánto entra en contacto con esa fina línea, y, sin más, su cuerpo se hunde poco a poco, hasta llegar allí donde la luz de la luna no consigue ya penetrar.


Comentarios

  1. Definitivamente, jamás pondrñia yo un pie, mucho menos 2, en un lugar asi...y no es miedo a las alturas, creo que es no tener ganas de sentirme como un punto negro a la distancia,...que va, demasiada agua bajo los pies...prefiero poner bien los pies....Aunque si es solo por ver la imagen de lejos y en fotografía, preciosa foto!...Bss

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. La verdad, es que es una imagen imponente. Yo, por ejemplo, adoro las alturas, pero le tengo un no se qué al agua, o a lo que haya bajo ella... Así que, de manera diferente, siento una sensación parecida a la que describes. Aún así, es una imagen preciosa.
      Gracias, besos!

      Eliminar
  2. Posdata. ...acabo de sentir ese vacío. Nunca nadie podrá lograr entender lo que siente alguien en esos momentos en que decide bajarse de este viaje...muy doloroso relato...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Cómo para llegar a querer terminar con el viaje de la vida, una persona debe de sentir dentro algo desgarrador... Es un doloroso relato, pero es una realidad para muchas personas.
      Muchas gracias por tus comentarios. Un abrazo fuerte!

      Eliminar
  3. Una pena que se suicidara, en lugar de emprenderla a tiros con sus agresores y los profesores de la escuela que giran la cara.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Posts Populares

La pizarra

Fonofobia