Los ojos de un niño

Muchas veces, dándole vueltas a la cabeza, no puedo evitar sumergirme en cierto debate interno que tengo. Pienso en la dulzura y la falta de prejuicios que tienen los niños. Estoy segura de que no soy la única que cree que es una maravilla verlos imaginar un universo entero en un momento. Que, hasta lo más complejo, en su cabeza tiene una respuesta obvia e increíblemente sencilla que a los adultos se nos escapa. ¿No es extraordinario que desde su perspectiva lo más pequeño pueda ser un mundo, y que lo más complicado desde la nuestra sea para ellos la cosa más simple?

La cabeza de los adultos, por el contrario, siempre es un auténtico caos, admitámoslo. Tenemos la mente llena de problemas sin resolver, cosas que hacer o que jamás haremos, culpabilidades, juicios hacia nosotros mismos y a los demás, dilemas personales, responsabilidades… Ya no queda espacio para ser infantil. Dejamos de ver la sencillez de las cosas y pasamos a complicarnos la existencia hasta por lo más insignificante. Y, sobre todo, dejamos la inocencia atrás. Aunque, unos tardamos más que otros, claro.

Sigo en mi pequeño debate, preguntándome qué necesidad tiene la gente de aprovecharse de la ingenuidad, de todos aquellos que aún piensan sin maldad y que ven lo mejor de cada persona sin importar nada más. Todo el mundo admira la inocencia y el corazón puro de un niño, lo alaban y se quejan de que las personas adultas ya no volveremos a conocer ese lado dulce de la vida. Pero, cuando aparece alguien con esa limpia forma de ver el mundo, se convierte en una diana fácil para muchos.

El día a día curte lentamente, te prepara poco a poco en un duro entrenamiento que va haciendo desaparecer esa inocencia. Al final, acabas poniendo en práctica eso de “piensa mal y acertarás” ¿Por qué? Porque la mayoría de veces aciertas. Pero lo gracioso de todo esto, es que, por una parte, da pena desprenderse de ese lado inexperto que lo ve todo y a todos con buenos ojos, y por otra, es necesario dejar de tenerlo, porque si no, siempre habrá alguien que acabará sacando provecho de eso.

Resulta, que la única manera de salir adelante es ser duro como una roca, desconfiar hasta de tu sombra, no tener fe en las personas y jamás dejar ver una debilidad ni bajar la guardia, ya que cualquiera que vea un solo punto débil, puede darte en tu talón de Aquiles. Los pensamientos sobre las buenas intenciones de los demás siempre son una ruleta rusa. Por algo, muchas veces confías en quién no deberías y acabas lamentándolo, o sufriendo por ello. Y, sin embargo, al darle vueltas a esto, uno llega a la conclusión de que es una pérdida de energía constante y agotadora. Tener a cada persona en el punto de mira, sin poder fiarte de nadie, sin poder confiar en ningún otro que no seas tú mismo… Es agotador y curiosamente inevitable. Casi parece que vivamos en un videojuego de supervivencia. Hay quién lo ve así, de hecho. No estamos hoy aquí para vivir, amigos míos, estamos aquí para sobrevivir.

Ya no se trata solo de las relaciones humanas, es el sistema que está podrido, la sociedad que decide quienes somos, el poder que nos controla, la economía de la mayoría que no puede ser más inestable… Es todo lo que conforma la vida diaria de cualquier persona, lo que hace inevitable que vayamos con un ojo a la espalda y otro al frente. Así que, lo único que podemos hacer es aprender de cada fallo, sacar una buena lectura de cada lección, tomar duras decisiones a pesar de que sean dolorosas y no permitir que nadie nos pase por encima.

La inocencia queda para los más pequeños, nosotros ya no volveremos a verla si no es a través de sus ojos… Porque, por desgracia, esa pureza cada vez se pierde más pronto.


Comentarios

  1. Una oportuna reflexión... a pesar del cinismo del mundo, creo que debemos de tratar de ser como niños, no en el sentido de dejar que se aprovechen de uno sino de cómo miran ellos al mundo, el maravillarse por las cosas más sencillas. Nunca perdamos la capacidad de asombro, y quizás encontremos gente que también nos asombre y nos acompañe en este camino llamado vida. Me gustó mucho, saludos.

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    1. Opino de la misma forma. A pesar de todas las dificultades y, como dices, del cinismo que vivimos, creo que conservar la forma de ver el mundo de los niños, que disfrutan hasta del más mínimo detalle, es algo que no debemos perder nunca. Eso sería como no saber disfrutar del viaje y de nuestra vida en sí misma.
      Gracias por tu comentario

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  2. Es algo que siempre me maravilla, ver el mundo creado por niños, con esa inocencia que como bien dices, cada vez dura menos. Es bueno ser niños de vez en cuando, y aprender de ellos que ven en pequeñas cosas un gran mundo. Una buena reflexión. Abrazos.

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    1. Los niños son creatividad en esencia pura, ven todo desde esa inocencia y con el alma limpia de veneno, y eso es asombroso y digno de admirar. ¡Muchos adultos deberíamos aprender de ellos sin duda! Otro abrazo para ti, y muchas gracias por tu comentario.

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  3. Podemos no renunciar a ser el niño que una vez fuimos, pero, lamentablemente, el mundo es de los adultos, esos hijos de puta.

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    1. Ciertamente. Y nuestro lado de niño peligra una vez entramos en el mundo de los adultos. No sé si llamarlos de esa manera, pero precisamente por los adultos y no por los niños este mundo está corrupto.

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  4. Hola Alba
    Tu reflexión está llena de verdad, de nostalgia de esa inocencia, y tal vez de cierto resentimiento contra esta sociedad a veces tan despiadada. Hubo un tiempo en que yo también pensé que debía cubrir mi vulnerabilidad, mi sensibilidad con abrigos de latón que, a la larga, me di cuenta de que no servían absolutamente para nada. Al final, brillar como uno es nos libera del esfuerzo de ir siempre a la defensiva, y uno camina por la vida mucho más ligero, aunque de vez en cuando haya que pagar algún peaje. Me ha encantado tu post.

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    1. Hola Matilde.
      Estoy de acuerdo con tu apunte. Como decía en mi reflexión, es realmente agotador tener que estar siempre a la defensiva y cubriéndose las espaldas. Pero, tristemente, para mucha gente, el tener que hacer eso es una realidad, y su pan de cada día.

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